lunes, 29 de septiembre de 2008

Artículo sobre el Haiku

Una mirada

Tal vez resulte oportuno, ante la consolidación de este género en el ámbito hispánico, hacer una revisión de aquellas afirmaciones que sobre el mismo se están haciendo, que se han erigido en lugar común y corren el riesgo de perpetuarse en  el magma de confusionismo crítico actual. Una revisión que, ineludiblemente, tiene en cuenta los estudios de Rodríguez Izquierdo, Octavio Paz, Aullón de Haro, Vicente Haya, María Santamarina y la labor de difusión del género que se está haciendo desde la página web www.rincondelhaiku.org. En estas líneas, sin embargo, ni pretendo agotar el tema ni explicar las nociones básicas que atañen al género.

Optar por la grafía “j” en la traslación del término japonés a nuestro idioma, no es una cuestión de gustos ni de modas, sino que viene impuesto por la propia profesionalidad de la práctica traductológica. No tiene sentido adoptar los términos de otras lenguas utilizando como intermediarios a lenguas terceras cuando se puede hacer directamente. La “h” inicial es opción anglosajona y, creo que España con la tradición de buenos traductores con que cuenta –también en lenguas asiáticas-, no necesita hacer uso de ella.

En cuanto al origen del jaiku en España, me parece que tiene razón Aullón de Haro cuando hace ver que el género estaba perfectamente asumido en la poesía de Antonio Machado, lejos de la práctica modernista de buscar en los países asiáticos elementos de novedad que sirviesen de contraste en la propia literatura; y que la cronología de su producción lo pone por delante de Juan José Tablada, en contra de lo que mantuvo Octavio Paz y la crítica ha venido repitiendo. A la vez, parece evidente que la asimilación del jaiku no proviene de las greguerías, como creía Luis Cernuda, aunque éstas lo favorezcan, pero del mismo modo que lo favorecieron estrofas populares como la seguidilla, el impresionismo tan en boga, o el barroquismo que caracteriza a toda nuestra producción literaria. No hay que dejar de tener en cuenta que la greguería tiene en la metáfora uno de sus pilares definitorios fundamentales, recurso que nada tiene que ver con el procedimiento jaikista y que lo desvirtúa si se recurre a él. Sin embargo, el alto grado de difusión que tuvo la greguería en la década de los años veinte del siglo pasado fue la que favoreció que el jaiku, aun siendo en el fondo tan diferente, ocupara un lugar significativo en el panorama poético español. No es extraño, puesto que a la greguería y al jaiku les une su carácter de sorpresividad, de fácil difusión y que no requieren un amplio conocimiento técnico, a diferencia de otros géneros poéticos. Lo que está claro es que el jaiku llega a España con el Modernismo y la práctica exoticista que le caracteriza, y que mantiene curiosamente una continuidad en las Vanguardias debido, tal vez, a la lejanía de su origen que lo descontaminaba de posibles influencias decadentistas.

Esencial al jaiku es que existe identificación entre sujeto y objeto, lo cual supone una actitud de antipsicologismo y antisentimentalismo que es lo que lo hizo tan viable en las vanguardias históricas

La crítica al referirse a la práctica actual del jaiku tiene que recurrir a diferentes distinciones que den explicación adecuada de lo que el género está siendo en nuestras letras. Las diferencias más habituales se dan entre el jaiku más académico (sigue la pauta silábica de 5/7/5) y otro más libre; entre jaiku vinculado al budismo y el jaiku abierto a todo tipo de manifestaciones de lo sagrado; entre jaiku sólo como técnica literaria y jaiku como componente vital que integra a todo el ser… Sea cual sea la distinción parece claro que la situación del género en la actualidad es de pluralidad en su técnica, y que lo importante es saber descubrir el jaiku que hay en todas sus manifestaciones. Para la comprensión del género, Aullón de Haro hace varias distinciones, que son de las que me serviré para un acercamiento cabal de lo que pueda ser el jaiku en la actualidad. Por una parte, distingue procedimientos de raigambre jaikista de lo que es el jaiku propiamente dicho. Dichos procedimientos, a grandes rasgos, serían la sorpresividad que pueda surgir de la relación estrecha de dos polos y la nitidez nominalista de un lenguaje refrenado. Habría que añadir el componente gráfico-textual y el seguimiento de la tópica jaikista perfectamente delimitada. También distingue, aunque se trate de una distinción meramente formal, entre jaiku métrico y no métrico. El primero se acogería, lógicamente, a la pauta silábica arriba señalada. A diferencia de Aullón, María Santamarina sí ve un carácter vinculante y definidor en seguir la métrica del jaiku. Dirá Santamarina: “La métrica sirve como disciplina, algo a lo que los occidentales solemos resistirnos. A mí, sin embargo, me libera. Al someterme a una disciplina encuentro contención en los límites. Vivo los condicionamientos como posibilidades. Siento que la del haiku es una estructura formal que facilita la liberación de lo esencial, de lo interno.” Es decir, que si lo definitorio del jaiku es que se pueda manifestar lo esencial, entendido por Santamarina desde la filosofía Zen, desvinculado del budismo y abierto a lo sagrado en general en Vicente Haya, para aquélla casi sólo es posible sujetándose a la métrica. En este sentido Aullón de Haro también distingue especificidad técnica de especificidad esencial y advierte del peligro que existe de que la técnica devenga en tópico de procedimiento. Esencial al jaiku es que existe identificación entre sujeto y objeto, lo cual supone una actitud de antipsicologismo y antisentimentalismo que es lo que lo hizo tan viable en las vanguardias históricas. Rodríguez Izquierdo habla de la fusión de objeto y sujeto en la unidad indisoluble de la sensación, de que el hombre no puede interponer nada de lo suyo entre el mensaje y la experiencia. La brevedad del jaiku se explicaría por ese ejercicio de síntesis, de eliminación de lo innecesario. Santamarina se sirve de una cita de R. Blyth para explicarlo y que transcribimos por lo elocuente de la misma: “el poema es como un dedo que apunta a la Luna. Si el dedo está lleno de joyas, distraerá la atención del objeto que apunta, el lector mirará el dedo y no la Luna.” Técnicamente el jaiku no parte de los modos de síntesis propios de la simbolización poética, sino que de una técnica que deja de serlo para convertirse en actitud. En cuanto al componente gráfico-textual que presenta el jaiku,  y que recuerda a las prácticas vanguardistas de sobra conocidas, es de carácter plástico y conduce a una lectura contemplativa. “Por otra parte, no quiero dejar de aducir que, en mi criterio, las creaciones del jaiku pueden reducirse a dos clases que denominaré constatativa y elusiva, (…).” Así emprende su repaso a la producción jaikista española Aullón de Haro. De todos los nombres que estudia, no pocos son cercanos al autor y hace difícil desvincular su juicio de cierto subjetivismo. Ahora bien, reivindica el jaikismo de José Ángel Valente, establece la periodología del mismo así como su relevancia en el conjunto de la obra del autor, del que aquí no podemos menos que hacernos eco. Importante en todo creador de jaikus, jaiyin, es que estos poemas mantengan sin dificultad una continuidad con el resto de su obra. Es el caso de Valente, como también lo es de Melchor López en Altos de sol.

No daremos más nombres. Son muchos los creadores de jaikus en la actualidad y, algunos, de gran calidad. Ya dijimos, cuando hablamos en estas páginas de la obra de Susana Benet, que es difícil para Occidente, por nuestra cultura y por nuestras estructuras mentales, producir con éxito un género tan característico de la cultura oriental. Cualquiera que se asome a las páginas de la web al comienzo citada, encontrará en los ganadores del concurso que viene convocando ejemplos de jaikus conseguidos. En otras páginas web, como en las antologías de jaikus que cada vez son más frecuentes, también se encuentran otros ejemplos. Quizá sea arriesgado señalar obras completas. No creo que las haya modélicas del género. Sí diré, por el gran eco editorial que se les está dando, que tanto el caso Benedetti como el de Kerouac son ejemplos claros de lo que es el jaiku mal entendido. Ambos por acercarse a este género de forma superficial. El primero por reducirlo a juego verbal basado en la ocurrencia y un arte de ingenio desvirtuado, y el segundo, coherente con el espíritu beat, adopta una postura pseudoespiritual que está más atenta a una estilística mental que literaria. El jaiku tiene su lugar en el panorama poético actual, que no responde en último término ni a una relectura tan frecuente de las vanguardias, ni a ninguna corriente de índole metafísica que pueda estar consolidándose. El jaiku creo que, estéticamente hablando, es un modo eficaz que se tiene de llegar al Espíritu a través del lenguaje sin que éste suponga una barrera, como suele ser lo normal en una lengua como la española tan enseñoreada de sí misma. Y esto, huelga decirlo, es necesario en una sociedad cada vez más desacralizada. Dice María Santamarina que a veces “basta el color verde para referirse a la naturaleza e incluirla toda sin nombrarla:

Ondeante verde
en el estanque: ranas
quietud del loto.”

José Manuel Pons

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